Marta Matarín
ESTADOS DE OPINIÓN

Acción y pausa. Resolución y serenidad

Querer cooperar con la mochila llena. Sí, llena de cariño, de generosidad, de buenos deseos. ¿Cómo si no así las entidades podrían hacer todo lo que hacen? Sacando el tiempo de donde parece que ya no hay, ofreciendo recursos, resultado de muchas horas de esfuerzo; y también la mochila llena de lo que nos angustia, de lo que nos entristece, demasiadas injusticias y demasiadas ganas de que desaparezcan. Y al mismo tiempo… llena de lo que cada uno individualmente lleva dentro de la mente y del corazón. Porque a pesar de formar parte de un grupo (una familia, unos compañeros de trabajo y de labor social, amigos y amigas), también vivimos nuestra individualidad. Lo que sentimos cuando nos quedamos en pequeños y grandes momentos de soledad. Porque somos receptáculos de sentimientos, de vivencias, de ilusiones y recuerdos divertidos, esperanzadores, llenos de gozo; así como también, receptáculos de situaciones no resueltas, de conversaciones que no nos hemos atrevido a poner sobre la mesa. Y así el peso va creciendo, e incluso, parece que nos dé miedo afrontar lo que, de hacerlo, nos permitiría un mayor sentido de liberación, de libertad de presiones reprimidas en lo más profundo de uno mismo.

Y el tiempo empuja. Es necesario que las reuniones sean resolutivas. Hay que tener en cuenta una meta y es importante tenerla. Se nos recuerda una y otra vez que todo debe tener un sentido. Es entonces cuando me pregunto… ¿hay que tener siempre una agenda o plan de acción? Y soy la primera que diría que sí. Que el tiempo es necesario aprovecharlo de la mejor manera. Que es un recurso demasiado valioso como para no hacer de él un buen uso. ¿Y qué significa hacer un buen uso?

Cada uno vemos desde nuestra parcela. Durante tiempo había hablado del valor de ponerse en los zapatos del otro, de intentar ver la realidad del otro desde su propia vivencia. Con el tiempo, me di cuenta de que no puedo, de que no sé, de que hay demasiadas variables. En el fondo, debería "salir" de ser yo misma para "entrar" a ser el otro para comprenderlo de verdad.

Tantos hechos relevantes, importantes, que existen vidas en juego, y todo el tiempo dedicado es demasiado poco. Y al mismo tiempo, es como si con las prisas de la consecución nos estuviéramos olvidando de algo importante. De cuidar del espacio interno, quizás lo podríamos llamar espiritualidad. Aquel espacio sagrado en el interior, donde sólo se accede por medio del silencio, la quietud, la mente tranquila y el corazón sereno.

Y es cierto que con valentía somos capaces de resolver algunos temas. Pero… ¿qué hacer con aquellos que no conseguiremos sacar nunca de la mochila? Quizás alguien ya nos dejó hace unos años. Quizás tenemos puntos de vista como de la noche al día con aquella/es aquellas personas con las que habría que conversar. ¿No os ocurre que con según quién es como si fuéramos de planetas diferentes? Y todavía hay quien se aferra a buscar planetas más allá, como si aquí no hubiera varios. Y es en estas situaciones que aprecio más el silencio que me permite entregar a Dios, al universo, a la vida, lo que, de guardarlo adentro, me quedaría bastante para seguir aportando lo mejor de mí misma en lo que hago.

¡Qué importante es la parada! La pausa. El no hacer. El ser. Y no por ser perezoso, no por tener miedo a afrontar la realidad, sino porque justamente lo que haré después nacerá de la quietud. ¿Podría nacer una mariposa sin pasar por el período de transformación dentro de la crisálida? Tiempo de receso, tiempo de quietud, tiempo de dejar que las cosas reposen, que las vivencias arraiguen. El ritmo frenético nos lleva a vivir en la ilusión de haber alcanzado mucho, de haber resuelto mucho. Pero antes de correr debo saber adónde voy, por qué voy, y cómo podré volver (¿o quizás no hace falta?). Por eso me gusta cuestionarme el sentido de lo que hago, cómo lo hago, y si me lleva a ninguna parte.

Como en la crisálida, el silencio no lo vivo como aislamiento. Sino como necesidad vital. Por mí, por los demás. Y así después, el espacio de comunión, de compartir, será más rico. Como el que se detiene por unos instantes a ver

el horizonte, porque no lo vive como tiempo perdido sino como momento de crecimiento, de profundidad, de parada importante para captar lo que sólo se puede percibir cuando me alejo del pensamiento racional, alineándome con lo que va más allá de ponerle nombre. Donde se junta el alma con el Absoluto.

Marta Matarín
Miembro de la Xarxa Interreligiosa per la Pau en representación de la Associació Brahma Kumaris