Decrecimiento para ganar calidad humana y planetaria
Los herederos viven por encima de sus posibilidades sin que se note su progresivo empobrecimiento hasta al cabo de muchos años. Cuando han terminado los ahorros de los antepasados hipotecan fincas y venden patrimonio. Poco a poco suelen acabar en la indigencia. Así mismo actuamos socialmente: gastamos más de lo que la Tierra ofrece. Hoy la humanidad utiliza lo equivalente a 1,6 Tierras para suministrarse recursos y absorber la basura.
Cuando a principios de siglo se empezó a hablar de “decrecimiento” como única posibilidad de salvación global, muy pocas personas se lo tomaron con seriedad. Los que opinaban que era necesario cambiar radicalmente la orientación económica mundial eran motivo de burla y tildados de catastrofistas. Hemos ganado concienciación en pocos años y ahora mismo hay personas bien preparadas que trabajan eficazmente para encontrar modelos económicos alternativos muy ilusionantes; pensemos en las propuestas del NEF (New Economics Foundation) o las aportaciones de l’EBC (Economía del Bien Común). Además, algunos gobiernos están dando pasos en la buena dirección.
Se precisan cambios de hábito en la alimentación, desplazamientos, trabajo, vivienda, etc. Serán más fáciles de implementar si se consigue difundir un mensaje positivo. Hay quien suponía que decrecer significaba volver a las cavernas y arrebatar la alegría de vivir de la gente. Es precisamente al contrario. El PIB es incapaz de ofrecer una vida mejor para todos y es necesario, pues, un cambio de paradigma para mirar más allá. En esta dirección existe una fórmula conocida con las siglas HPI (Índice de Felicidad del Planeta, en inglés) que consiste en valorar cuatro parámetros: percepción de bienestar de los habitantes de cada país en una escala de cero a diez (el Instituto Gallup ha conseguido muestreos fiables a partir de datos significativos); esperanza de vida (según datos de las Naciones Unidas); niveles de desigualdad entre las personas de un país teniendo en cuenta el tiempo que viven y cómo de felices se sienten y, por último, la huella ecológica (mide tanto el consumo de recursos como la generación de residuos).
La fórmula, muy compleja, es discutible y mejorable, pero lo realmente relevante, más que ver los resultados de la clasificación actual de los países utilizando los cálculos comentados, es que se vaya produciendo un cambio de mentalidad para admitir que si actualmente más del 80% de la población mundial vive en países con déficit ecológico y utiliza más recursos de los que pueden regenerar sus ecosistemas, se impone un cambio de rumbo, un golpe de timón.
El capitalismo financiero nos ha traído situaciones de inestabilidad, desigualdades escandalosas y provoca un cambio climático que no admite dilaciones en la reformulación de la economía. El dinero es necesario y más para quien no tiene lo suficiente para vivir. Pero, una vez conseguidos los mínimos vitales y unos buenos servicios como son la educación, la sanidad, la atención a la vejez y a las personas en situación de dependencia, lo que tendríamos que valorar, más que el dinero, es el tiempo: tiempo para las relaciones sociales de calidad, para experimentar la alegría de amar, ser amado y sentirse parte armónica de la naturaleza, tiempo para la práctica de la actividad física y para gozar de bienes espirituales como la lectura, la creatividad, la música, las artes escénicas y plásticas, etc. La humanidad tiene ante sí uno de los retos más interesantes de todos los tiempos: iniciar un viaje hacia una nueva era axial donde el amor, la bondad y la belleza nos hermanen y den sentido a la existencia.
Joan Surroca i Sens
Miembro de Justícia i Pau Girona