El valor de lo escaso
El mundo es grande y pequeño a la vez. Grande si contemplamos el detalle de la realidad ilimitada con cantidad casi infinita de seres vivos, desde los más pequeños hasta los más grandes. Y pequeño si nos quedamos en la realidad cercana, conocida, de lo que nos atañe y donde nos sentimos interpelados, y sacudidos también. De pequeña me quedaba con el corazón bien encogido cuando en casa nos contaban que había países en África que no tenían agua, que teníamos que vigilar a no derrocharla, y me quedaba lejos. Sin embargo, prestaba atención, aun y no sabiendo cómo mi pequeño ahorro de gotas de agua podía ayudar a un lugar tan lejano.
Quizás era por esta realidad de que todo, y todas y todos, somos uno. Y ahora nos toca a nosotros, tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos también. ¿Necesitamos ver las imágenes de paisajes desecados en nuestro país para hacernos conscientes, la población urbana, de que el tema es muy grave? He recordado recientemente que era “normal” antes de que en invierno tuviéramos las botas de agua a punto, y el impermeable, porque llovía, y días y días seguidos. Ahora, cuando llueve, es una situación excepcional, y nos hemos acostumbrado a ello. Pero que lo "normal" sea el no-llover no quiere decir que sea "natural".
El agua se ha convertido en un bien preciado. Valioso. Donde cada gota cuenta. Y es que valoramos las cosas cuando son escasas, no prestamos tanta atención cuando podemos disfrutar casi sin pensar que nuestra vida no existiría si no fuera por la suya. Es necesario volver al sentido del agradecimiento, de apreciar, de no dar nada por sentado ni nada por supuesto. Porque, cuando lo hacemos, es como si tuviéramos un derecho haciendo que la naturaleza esté bajo nuestro deseo y sometimiento. Y, en cambio, durante milenios la humanidad ha vivido venerando la naturaleza, apreciándola y valorándola, incluso, como lo que daba sentido a la realidad.
No podríamos hacer nada sin el aire que respiramos, sin el agua que bebemos... Nos sabemos desarrollados y sabios en aspectos que hasta hace poco nos parecería propio de una película de ciencia ficción, como hacer una cirugía con un robot o crear la inteligencia artificial y, en cambio, quizás necesitemos echar una mirada atrás para recordar lo sabios que eran nuestros abuelos y abuelas, y tatarabuelos y tatarabuelas, que valoraban lo que ahora consideramos “normal” y que damos por sentado. Quizás porque no se consideraba un derecho sino un regalo de Dios para poder vivir.
Y cuando al observar la naturaleza no sólo vemos naturaleza, sino que vemos reflejada la belleza de Dios, no es volver atrás, sino caminar adelante para ver con ojos de sabiduría donde nada, ¡nada!, no sucede si no es por la naturaleza, por el planeta que nos acoge, que nos nutre y lo seguirá haciendo.
Marta Matarín
Miembro de Xarxa Interreligiosa per la Pau en representación de la Asociación Brahma Kumaris