La gota que colma el vaso
En tiempos de extrema sequía, la imagen de un vaso colmado resulta placentera. Sin embargo, es un toque de alerta que sugiere que lo que hacemos, lo que hace cada una, y también lo que no tenemos en cuenta, suma para bien o para mal.
Cada vez somos más conscientes de la crisis climática y de sus estragos, más aún cuando lo estamos viviendo directamente: pantanos al límite, agricultores y ganadería al límite. Y quien más, quien menos, soñamos que llueva más y mejor y que todo vuelva a ser “como antes”. Y este “antes” ya hace mucho tiempo que sólo está en la memoria.
Todos los expertos coinciden en señalar que estamos en tiempo de “descuento”, que estamos en un momento crucial como humanidad, que se han de tomar soluciones imaginativas, radicales, para descarbonizar, para preservar la vida como la conocemos, y asistimos atónitos a los espectáculos de las cumbres donde los Estados no pueden entenderse, donde el primer mundo no quiere perder nada de lo que ha conseguido, o podríamos decir más claramente “ha robado”. Y también existe fuerte coincidencia en afirmar que la tierra no puede dar todo lo que el ritmo actual de consumo de los países más desarrollados exige, y menos aún para todo el mundo.
Andreu Escribà en “I ara jo que faig? Com vèncer la culpa climàtica i passar a l’acció” identifica dos tipos de reacciones que conducen a la inacción: los que previendo impotentemente un horizonte catastrófico optan por disfrutar de la vida mientras se pueda, confiando que el “Dios tecnológico” lo resuelva, o resignarse a la extinción; y los que creen que son los gobiernos y los estados los que tienen en su mano la solución, y no las personas individualmente (en todo caso podemos contribuir reciclando, ahorrando plástico… por decir lo más recurrente). Ambas posiciones implican continuar con nuestro estilo de vida, y la TV nos ayuda a superar la posible eco-ansiedad que podemos sentir: Eufòria para vencer el miedo y Col.lapse para banalizar.
Necesitamos políticas radicales de medio y largo recorrido, y cada vez es más evidente que las personas como ciudadanos y ciudadanas tenemos mucho que decir con la propia vida: aspirar a cambios transformadores, sumarnos y dar apoyo al activismo en este ámbito (son innumerables las iniciativas surgidas del movimiento ecologista, muchas de ellas lideradas especialmente por jóvenes), exigir valentía en las políticas.
Una vez más es la ciudadanía quien ha de marcar el paso, y para ello se ha de perder el miedo a perder lo que tenemos. Seamos honestos: es imposible que los coches eléctricos sustituyan en número y alcance a los coches de combustión (por poner un ejemplo), ya que no existe en toda la tierra suficientes tierras raras y otros componentes para las baterías. No es posible continuar igual, pero más verde. Esto es una falacia del “nuevo” consumismo… Es cambiar algo para que nada cambie. Hemos de prepararnos para vivir diferente. Practicar comportamientos preservadores del medio ambiente, conocer, compartir, hablar de ello con amigos y conocidos, buscar opciones de energía renovable, descarbonizar el ocio… Existen muchísimas prácticas por hacer, adaptables a las posibilidades de cada uno. Y quizás la más importante: vivir una vida que nos reconcilie con la tierra y que intensifique nuestra humanidad. Aumentar colectivamente la conciencia de la necesidad de decrecer o, mejor dicho, prosperar sin crecer para continuar con la vida y para ser más justos con todos los pueblos.
Y es que todo eso puede ser la gota que colme el vaso, constructivamente.
Francina Planas