Marc Grau
ESTADOS DE OPINIÓN

¿Se puede ser alegre con la que está cayendo?

Motivos para caer en el desaliento no faltan: cambio climático, trabajos inestables, guerra en Europa (¡y en el mundo!), políticos que no aman, aumento de precios, dificultades para acceder a viviendas dignas, medios de comunicación ideologizados, desigualdad y un largo etcétera. A esta realidad social compartida se le podría sumar la realidad personal e íntima de cada uno de nosotros: relaciones que no acaban de fluir, problemas de salud, falta de realización personal, miedos, decepciones… entre muchas otras.

Hay, obviamente, muchos factores sociales que funcionan y que a menudo muchos de nosotros damos por supuesto: aumento de la esperanza de vida, estabilidad en muchos países, reducción de grandes pestes que eliminaban un tercio de la población, sistemas educativos consolidados. Lo mismo sucede a nivel personal: amistades sólidas, entorno familiar favorable, estabilidad mental, una formación digna, o sueños y esperanzas estimulantes.

Sea como sea, nuestro día a día parece una mezcla de todos estos motivos y situaciones sociales y personales. En algunos casos puede reinar una visión estimulante de la vida, pero es cierto que en muchas vidas puede presidir una visión desalentadora, aumentada sobre todo por la situación social y global que nos hace de casa. Y una pregunta interesante podría ser: ¿se puede ser alegre en un entorno más o menos adverso?

Para intentar contestar hace falta, antes que nada, tener claro qué quiere decir alegría y ser alegre. El diccionario del Instituto de Estudios Catalanes define la alegría como el sentimiento de placer que nace generalmente de una viva satisfacción del alma y se manifiesta con signos exteriores. La RAE ofrece una definición similar, sentimiento grato y vivo que suele manifestarse con signos exteriores, con una segunda acepción interesante: palabras, gestos y actos con los que se expresa jubilo o alegría. En todos los casos la alegría es una manifestación externa de algo que sucede internamente.

Por lo tanto, la alegría tiene un elemento social, se manifiesta, se externaliza y en consecuencia es algo compartido. A menudo hay quien piensa que la alegría es lo contrarío de la seriedad. Es poco serio ser alegre, pueden pensar algunos. Según mi parecer, no es exactamente así. La persona seria no es aquella que pasea con cara fúnebre, sino aquella que se toma la vida seriamente, que no se toma la vida a la ligera. Volviendo al diccionario, el serio es quien “en sus acciones y manera de proceder, da importancia a las cosas”, y podríamos añadir …, y a las personas. Y esto no contradice la alegría, sino que la refuerza. La persona alegre es aquella que se toma seriamente la vida, y esto implica la relación con los otros, y siente una pasión interna, fruto del encuentro con aquello o aquel a quien ama. La alegría no es una sensación de placer, como dice Santo Tomás. Se puede sentir placer sin sentir alegría. La alegría es la manifestación externa de un gozo interno producido por el encuentro con aquello o aquel a quien se quiere. La alegría de reencontrarse con aquel viejo amigo (encuentro con persona), la alegría al pasear solos por la montaña (encuentro con la naturaleza-vida-Dios), o la alegría de un niño o un adulto al abrir un regalo de una persona querida (encuentro con cosa-persona amada). Para que haya alegría primero tiene que haber estima, y segundo hace falta dejar fluir, salir, expresar este sentimiento vivo y real.

La alegría de uno es un regalo por el otro. La alegría es siempre auténtica. La alegría es a menudo una consecuencia, fruto del encuentro con aquello real que quiero y aprecio (cosa-persona-vida), pero a la vez puede ser una voluntad, una manera de estar en el mundo. Una decisión. La de querer compartir con los otros los sentimientos vivos que produce la relación con aquello real. La alegría ontológica. Esto no quiere decir necesariamente forzarnos a ser alegres constantemente, pero sí ser conscientes de que compartir nuestra alegría no es ningún mal, y menos en momentos complicados como los presentes, sino un deber que mejora el entorno. Los que creemos en la trascendencia, en el Misterio, en Dios tendríamos que preguntarnos todavía con más razón, ¿soy alegre?, ¿son alegres nuestras celebraciones?

Un entorno adverso no tiene por qué limitar la manifestación del sentimiento vivo que ha provocado el encuentro con aquello que amo. Lo amo independientemente del entorno. Por lo tanto, podría ser un buen propósito volvernos más alegres, hacer que nuestros encuentros y celebraciones sean alegres, y que la alegría compartida sea un indicador de calidad de nuestras sociedades.


Marc Grau i Grau
President de Justícia i Pau