Una vez más
Da un poco de pesar escribir sobre el racismo más básico y primario, porque parecía que hoy en día teníamos que depurar hechos concretos, más relacionados con desmantelar actitudes escurridizas y pertenecientes a un sesgo inconsciente, difíciles de ver, relacionadas con costumbres desafortunadas de aquel “no lo había visto nunca desde este punto de vista, ¡gracias!”.
Desgraciadamente, hace unos días, en una escuela de primaria de Massachusetts aparecía la palabra “Nigga” (nigger o negro) pintada en una de las puertas exteriores -escribo la palabra casi en letra pequeña, porque es tan insultante que muchas personas no la quieren ni nombrar, y utilizan el eufemismo “N-word” (la palabra que comienza por N)-. La palabra tiene sus orígenes alrededor de principios del siglo XIX, y servía (sirve) para denominar de manera peyorativa y despreciativa a las personas afroamericanas, las cuales eran consideradas inferiores, ignorantes y esclavas.
El hecho en si -generado desde el odio o la ignorancia, es indiferente- profundiza en un trauma que los afroamericanos cargan desde hace más de doscientos años y el contexto -una escuela de niños de 5 a 10 años- lo hace más aberrante y nos muestra que mientras las víctimas son particulares de un grupo, es casi imposible que el dolor no lo sea de todos. Aquella escuela podría ser cualquiera de aquí, Massachusetts o Catalunya, una escuela donde hay niños y niñas afroamericanos, blancos, judíos, hindúes, chinos, musulmanes, cristianos… de todas las diversidades, religiones y orígenes. Y, de repente, una parte de los compañeros de nuestros hijos e hijas han de entender, como una jarra de agua fría, que sus oportunidades se ven limitadas por el color de su piel, por su origen o religión y que existe gente que incluso los considera inferiores. Francamente, es un mensaje muy lacerante y triste para tenerlo en las escuelas (o en ninguna parte): es una carga difícil de soportar.
Es doloroso pensar que aquella tarde en que la pintada apareció en la escuela, padres y madres se sentaron con sus hijos e hijas de cinco a diez años para explicarles que su relación con el mundo exterior vendrá determinada por el color de su piel. Que sus oportunidades vendrán determinadas por doscientos años de racismo, y que incluso su vida puede depender de cómo aprendan a relacionarse con el mundo exterior. Y es que mientras unos padres y madres hablan de oportunidades, otros rezan para que su hijo no tenga un mal encuentro con la policía, uno de aquellos donde se dispara antes de preguntar. La brutalidad policial contra los hombres jóvenes afroamericanos está ampliamente documentada. (1)(2)
La pintada no es un hecho aislado, esporádico o inconsecuente, forma parte de una historia en que de manera sistemática se ha negado la humanidad y las oportunidades a un grupo concreto de personas. Las consecuencias de este racismo son tangibles y cuantificables. Estos pequeños actos van abriendo espacios, y para algunos justifican ataques más horrorosos, como el reciente de Atlanta (contra asiáticos), los hechos de El Paso el año pasado (donde el objetivo eran hispanos) y una larga lista. Y son cuantificables porque la falta de oportunidades, el “racial profiling” o juzgar a las personas por su apariencia étnica derivan, por ejemplo, en una peor atención sanitaria. Se ha puesto de manifiesto en los datos de la CDC (Center for Diseaes and Control Prevention), que son claros cuando hace notar qué grupos han estado más afectados por la pandemia de COVID-19 y por qué razones.
Todos conocemos las “N-palabras”, “N-frases hechas” y “N-normalidades” que corren por nuestras calles. Cualquier persona tendría que preocuparse por el dolor que causan en aquellas personas que las reciben: las víctimas son concretas, pero cuando entendemos el mal que hacen, el racismo es un ataque a todas las personas. Si las sabemos y las reconocemos, es nuestra labor interpelarlas, cuestionarlas y señalarlas porque, personalmente, no quiero que, en las escuelas de allá donde vivo, nadie se tenga que preocupar más por su color de piel que por aprender a leer.
Maria Martín Goula
Colaboradora de Justícia i Pau
(1) Mapping Police Violence
(2) Police shootings database 2015-2021 – Washington Post