Existe un rumor de fondo...
Existe un rumor de fondo que anuncia la tormenta de arena que se acerca molestando la quietud del oasis. Este rumor que se oye no es de palabras ni de pensamientos prohibidos. Este rumor es el zumbido de un ejército de insectos que oscurece el cielo de la democracia. El vendaval reaccionario que barre el planeta en el alba de la revolución digital y el crepúsculo climático se origina en la turbulencia de las crisis económica, energética, ecológica, sanitaria… con ráfagas populistas, griterío y bronca constante que indisponen con el sistema. No son palabras ni ideas, sino la física del mundo industrial que ha socavado los fundamentos materiales del falso progreso del crecimiento, el consumismo, el materialismo, el cientifismo y el hedonismo. Un éxtasis capitalista que viene sustrayendo derechos colectivos con la promesa de una libertad que reduce la aspiración humana a la posesión y el disfrute personal.
Los mapas de clima social indican a corto plazo miedo y desesperanza. Miedo de ver disminuidos el bienestar y los privilegios de una Europa blanca, laica y rica. Temor a los emigrantes, a la sequía, a la inteligencia artificial, a nuevas identidades sexuales y, por qué no decirlo, al mismo feminismo en auge. Esta Europa angustiada aguanta la respiración esperando descubrir, cuando escampe el polvo, un paisaje irreconocible que nos ha excluido como beneficiarios del progreso, para convertirnos en víctimas. La expectativa ha desatado un vendaval reaccionario en todas las latitudes de la UE. Su grito añora un mundo que se ha agotado y ya no volverá. Busca un refugio imposible contra las zonas de bajas emisiones, las “superislas”, las vacunas y mascarillas, los derechos sexuales, el urbanismo táctico, el temido algoritmo, el vegetarianismo… la austeridad, en definitiva. El “no” de los radicalismos de extrema derecha es la negativa a decrecer, a perder privilegios, a hacer renuncias, a dejar de sentirnos superiores. Ante el miedo no valen las palabras sino los afectos. Por eso el vendaval no argumenta, sólo barre, descalifica, apela al patriotismo. Su dialéctica remueve emociones, el odio por ejemplo, para anular la razón.
En esta atmosfera enrarecida, y surfeando una secuencia de plagas casi inimaginables (pandemia, crisis del gas, inflación, conflicto de identidades nacionales, una guerra, la sequía…), el gobierno de coalición ha puesto como nunca los recursos públicos al servicio de las personas: los ERTO que salvaron la ocupación en la pandemia, el ingreso mínimo vital, aumento del salario mínimo, una reforma laboral que ha mejorado la calidad de la ocupación, un marco de sostenibilidad del sistema público de pensiones, un sólido plan de transformación estructural del sistema productivo y energético. Una hoja de ruta para descarbonizar la economía, modernizar y cohesionar el país afrontando retos que están por venir. Pero no parece que estas políticas que han conducido a tener la inflación y los precios de la electricidad más bajos del continente, y a liderar la UE en renovables, creación de ocupación y crecimiento del PIB, hayan disipado los fantasmas. Más bien al contrario, persiste el miedo a la pérdida de poder adquisitivo, el aumento de los alquileres y las hipotecas. Y espantan las inciertas consecuencias de la guerra de Ucrania.
Mientras, el planeta pierde especies vivas, reduce la superficie forestal y de cultivos, aumenta del orden infinitesimal, pero sin aturador, la temperatura media de los mares y océanos, reduce la pesca y languidecen los filones de minerales estratégicos… El futuro es un país extraño, decía el profesor Fontana. Ahora es necesario evitar una crisis socioambiental. Ambiental, por descontado, pero también una crisis social promovida por “sálvese quien pueda”, replegada y afirmada por discursos vacíos que prometen seguridad. Sólo el coraje social, la confianza colectiva y el compromiso personal, y la fraternidad nos llevarán a vencer el miedo. El mundo que está por venir después de la tormenta puede ser mejor que el actual si sabemos reconstruirlo con solidaridad y sin exclusiones.
Salva Clarós