Eduard Ibañez
ESTADOS DE OPINIÓN

La radicalidad de la mirada ecológica cristiana

Hace ochos años que el Papa Francisco nos regalaba su carta encíclica Laudato si’ (LS, 2015). Este tiempo nos ha permitido admirar la radicalidad, profundidad y exigencia de la visión ecológica integral que plantea Francisco. Ésta no es otra que la visión del mundo desde la fe de la Iglesia, visión que él ha profundizado y formulado de manera genial como propuesta de vida.

La ecología cristiana no es meramente un sumarse, con un determinado acento propio, a la conciencia ecológica contemporánea. Es decir, su fundamento no es solamente la conciencia de la destrucción ecológica y el correspondiente deseo de sobrevivir como especie humana o de preservar el bienestar adquirido. Ni tampoco no es solamente la conciencia de la admiración por la belleza de la naturaleza que conlleva un deseo de preservarla. En cierto sentido, es también todo esto. Pero es alguna cosa más potente, que supera un esquema meramente basado en las necesidades o los fluctuantes sentimientos humanos.

¿Cuál es la raíz de la ecología que surge de la fe cristiana y que expresa genialmente Laudato si’? Se trata de una manera de ver el mundo que lleva a una nueva manera de vivir. Se trata del desafío de contemplar y vivir el mundo como Creación de un Dios trinitario, para convertirnos con la finalidad de hacernos dignos de Él.

Creación de un Dios trinitario

Contemplar y experimentar el mundo como Creación. Es decir, la conciencia y el júbilo progresivo del hecho de que todo es don gratuito de Dios Creador como acto radical de amor.

Nuestra existencia, la totalidad del ser y del tiempo, la belleza y sobreabundancia de la naturaleza, la maravilla del ser humano, no son necesarios, no son un ser en sí, ni tampoco ciega casualidad sin sentido comprensible. Tienen significado. Son el proyecto de alguien. Apuntan más allá de si mismos, hacia un principio causante absoluto que los sostiene en cada instante, un principio que sólo puede ser de carácter personal, que es amor y libertad y que se refleja en su Creación.

Como dice Francisco, “todo el universo material es lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado afecto hacia nosotros… Todo es caricia de Dios” (LS 84). Y este universo material es confiado por el Creador a nuestro disfrute y a nuestra responsabilidad, la de todos y cada uno por igual, para que tengamos cuidado de él, lo compartamos solidariamente y lo elevemos al mismo Creador para que él lo lleve a la plenitud.

Contemplar y experimentar al Creador como Dios trinitario. Es decir, un Dios que no es, como a menudo se ha entendido, como un ser incomprensible, lejano, autista o solipsista, sino un Dios vivo. Un Dios implicado y actuando en el mundo, que ama infinita e incondicionalmente. Un Dios que se comunica y se da al mundo, y que se ha revelado plenamente tal como es en una persona histórica, Jesús, con radical humildad, como una comunidad de amor, tal como ha testimoniado la comunidad cristiana apostólica en el Nuevo Testamento: el Padre Creador, el Hijo (Jesucristo, que es Dios y es hombre) y el Espíritu Santo, procedente del Padre y del Hijo.

El Dios trinitario no son tres conciencias, ni tres esencias distintas (como una especie de politeísmo), sino un puro ser para los demás, en una comunión transparente de inteligencia y amor. Como explica el Papa, el mundo es obra coral de este Dios uno y trino: “El Padre, fuente última de todo, fundamento amoroso y comunicativo de las cosas que existen. El Hijo, que lo refleja, y a través del cual todo ha sido creado, se unió a esta tierra cuando se formó en el seno de María. El Espíritu, lazo infinito de amor, está íntimamente presente en el corazón del universo, animando y suscitando nuevos caminos. El mundo fue creado por las tres Personas como un único principio divino, pero cada una de ellas realiza esta obra común según su propiedad personal” (LS 238).

Esto implica que el universo es el resultado del amor trinitario y que, como decía San Buenaventura, “toda criatura lleva en ella una estructura propiamente trinitaria” (LS 239).

Dicho en otras palabras, la esencia divina trinitaria se refleja en la estructura relacional del universo y de todos los seres, interconectados e interdependientes. El universo es “una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal manera que en el seno del universo podemos encontrar un sinfín de constantes relaciones que se entrelazan secretamente” (LS 240).

Esto nos lleva “a descubrir la clave de nuestra realización, porque la persona humana crece más, madura más y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás, y con todas las criaturas”, asumiendo así “el dinamismo trinitario que Dios ha imprimido en ella” (LS 240).

Conversión ecológica integral

Comprender, experimentar y meditar todo esto (en la medida de las posibilidades humanas) lleva al deseo de ser digno de ello y de aquí a una conversión ecológica integral, que es la respuesta adecuada al don recibido: admirar, contemplar, tener cuidado, proteger, compartir y amar toda la realidad, respetando sus leyes internas, y a cada una de las criaturas. Todas tienen valor y sentido, en su fragilidad y dignidad, especialmente los seres humanos, y particularmente los más débiles, que ocupan un espacio peculiar en la Creación.

Esto nos llama, como dice Francisco, a superar la lógica hegemónica del poseer, acumular y acaparar, de la ley del más fuerte, de la obsesión por dominar tecnológicamente la realidad, de multiplicar las posibilidades y el confort, del individualismo ansioso y depredador, siempre insatisfecho…

La conversión ecológica supone transformar progresivamente la propia vida, para entrar en el gozo inagotable de la sobriedad, la simplicidad, el agradecimiento, la humildad y la contemplación, de la solidaridad y defensa de los pobres y vulnerables, de la apertura a los demás para construir juntos un mundo justo y fraterno (LS 222-224). Esto es propia y radicalmente la ecología.

Pero, como también ha enseñado Francisco en Laudato si’, en este proceso de conversión ecológica integral resulta de enorme importancia la Eucaristía, donde la naturaleza es elevada a Dios. En ella, “Dios mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura”, a través de la materia de su cuerpo, llegando a nuestra intimidad.

Y es que “en la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable”, porque “unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios”, de tal manera que la Eucaristía es un “acto de amor cósmico”, que “une el cielo y la tierra, abraza y penetra todas las cosas creadas”. En el Pan eucarístico, “la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación del mismo creador”. Por eso, “la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente y nos orienta a custodiar las cosas creadas” (LS 236).

Eduard Ibáñez
Miembro de Justícia i Pau Barcelona